Cómo escribir poesía

Platón decía que la poesía es la imitación de la naturaleza, que toda forma de arte es poesía, y por tanto, imitación. Para escribir poesía hay que estar abiertos a los sentimientos más profundos. Estar conectados con la belleza de la vida y poder apreciar cada instante que se respira.

Tal vez Platón tenía razón, y ese es el motivo por el cual no podemos terminar de expresar las sensaciones que tenemos en jardines abandonados. Aquellos que están detenidos frente al mar, frente a la grandeza de una montaña. Ante la vastedad de un desierto o fascinados por el vuelo de un colibrí. Aunque sean cosas sin palabras, están cargadas de sentido sublime.

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Pero de Platón a la poesía actual mucha agua ha corrido bajo el puente, y lo no-natural, lo no-sublime también tiene su propia poesía. Desde el momento en que Baudelaire le cantó a la basura y Neruda a la cebolla, toda invención poética es posible. Para escribir poesía simplemente hay que poder encontrar cualquier aspecto que te llame la atención. Sacar lo mejor de cualquier objeto mundano.

Lee mucho

No te limites a Rubén Darío, Pablo Neruda y Amado Nervo. Lee a Quevedo, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Bécquer, Mallarme, Baudelaire, Novalis, Shakespeare, Szymborska, Withman y Huidobro. Lee poesía y lee respecto a la poesía: las palabras de Octavio Paz o el mismo Platón pueden darte distintas perspectivas sobre un género tan viejo como las palabras. Busca poetas más modernos y compara. Así podrás tener las bases correctas para escribir poesía.

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Aprende las bases

Toma lo que sabes de los versos y los tipos de estrofas y practícalos hasta que puedas invocarlos en tu cabeza sin esfuerzo. Un verso de pie quebrado no es lo mismo que un verso alejandrino. Y ninguno de los dos entra en una copla o un soneto jamás. Para escribir poesía, también debes estudiar su estructura.

La práctica hace al maestro. No por dedicarte exclusivamente al verso libre o al poema en prosa desde un principio puedes declarar que eres poeta.

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Lleva siempre una libreta contigo

Los mejores versos pueden surgir en la fila del banco, en el transporte público, en la oficina, mientras te bebes un café. Y estos no esperan. Esos versos cargados de poesía, que se presentan de la nada, desaparecen con la misma facilidad. Lo mismo pasa con los momentos de belleza fugaz: anótalos, porque aunque la memoria es la madre de todas las artes, no es especialista de lo sublime.

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